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19 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Julita Tercero, la niña mártir que ya es una leyenda en Tartagal

El escritor Jorge Acevedo, estudioso de la vida de esta niña que fue quemada, asegura que son cientos los testimonios de sus milagros. Anunció que hará una placa para su tumba.
Sabado, 06 de abril de 2024 02:35

Este año, en junio, la ciudad cabecera del departamento San Martín iniciará una serie de actividades al celebrar el centenario de su fundación institucional, por lo que en el pueblo comienzan a surgir los recuerdos de quienes ya no están e hicieron historia, o de acontecimientos que han marcado de por vida a la comunidad norteña. La de Julita Tercero es una de las historias que permanece intacta en la memoria colectiva, por los detalles impactantes de la corta y triste vida de esta pequeña niña.

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Este año, en junio, la ciudad cabecera del departamento San Martín iniciará una serie de actividades al celebrar el centenario de su fundación institucional, por lo que en el pueblo comienzan a surgir los recuerdos de quienes ya no están e hicieron historia, o de acontecimientos que han marcado de por vida a la comunidad norteña. La de Julita Tercero es una de las historias que permanece intacta en la memoria colectiva, por los detalles impactantes de la corta y triste vida de esta pequeña niña.

Al escritor Jorge Acevedo se le empañan los ojos cuando relata el martirio de Julita Tercero, a quien este tartagalense ha estudiado de manera particular. Jorge prefiere hablar de Lula, el apodo que identifica a esa nena de 8 años de edad asesinada de la manera más cruel en Tartagal, el 24 de marzo del año 1949, a quien por lógica él no conoció personalmente.

El escritor ha buceado muchos años para conocer más detalles del martirio de Julita, lo que no resultó sencillo por ser una niña proveniente de Bolivia, con un papá obrero golondrina y sin madre biológica conocida, y porque su muerte no quedó registrada en el hospital Juan Domingo Perón, que al año siguiente de este hecho trágico sufrió una gran inundación que terminó con todos los archivos existentes hasta ese entonces, guardados en el subsuelo.

Pero Acevedo se encontró con todas las evidencias que le dan rigor histórico a su relato, echando por tierra lo que muchos creían: que lo de Julia era más bien un mito que un hecho real. Habló con quienes siendo niños fueron testigos involuntarios de ese hecho horrendo que terminó con la vida de la inocente criatura "y que configura uno de los primeros infanticidios del que se tengan registros en Tartagal", explica.

La triste vida de Julia

Tan familiarizado se siente con Lula que Jorge Rolando Acevedo hasta se anima a describirla físicamente, todo basado en las investigaciones que de manera parsimoniosa hizo durante varios años. "Julia era boliviana como su padre y su hermana, esta otra niña casi de su misma edad, y no tenía mamá; era morochita, de cabellos lacios hasta los hombros, menudita y tímida", comienza relatando este prolífico escritor que publicó algunas de sus obras en Venezuela, Colombia y Perú.

Al referirse a la historia de vida de la niña, Jorge cuenta que "Lula llegó a Tartagal con su papá y con su hermana unos meses antes de ser asesinada. El papá las dejó con una mujer llamada Miguelina, que vivía en lo que actualmente es la calle Rivadavia, entre Necochea y Richieri, en una casa de verjas de madera rodeada de árboles frondosos, con un gran patio al medio, un horno de barro al fondo, similar a las viviendas de esa época. Las dejó a las niñas por trabajo y todo me hace pensar que no tenían mamá y seguramente Miguelina era conocida, amiga de su padre, por eso se las dejó un tiempo, como solía suceder en aquellos tiempos con los niños, que eran confiados a cualquiera".

El escritor relata: "Lo que se comentaba en ese tiempo es que Miguelina era una mujer de mala vida, de unos 60 años de edad, que se quedó con las dos niñas después de que el padre se fuera hacia otro pueblo o ciudad a trabajar. Ella le prometió cuidarlas, pero en realidad las tenía de sirvientas, las maltrataba, las golpeaba y poco les daba de comer, de manera que es por todo eso que yo en mi obra la describo como a una niña mal alimentada".

Jorge relata que el día 24 de marzo de 1949 "Miguelina la mandó a Julia a que se fuera en el tren a comprar combustible a Mosconi, cuando volvía la chiquita rompió la damajuana en la que traía el combustible y como sabía que la paliza iba a ser tremenda no se animaba a llegar a su casa. Es por eso que los vecinos la vieron largo rato rondando toda esa zona de Tartagal. Como la nena no regresaba, Miguelina se dirigió hacia el destacamento de Policía, que estaba a dos cuadras de su vivienda, y avisó que Julita no había regresado, por lo que la policía la encontró a la nena, la llevó a la casa y se la entregó. Miguelina prometió no maltratarla, pero apenas la policía la dejó en su casa, furiosa, la ató a una silla, le puso algo en la boca para que no grite y le prendió fuego. Julita no murió en ese momento porque algunos vecinos llegaron para auxiliarla y la llevaron alrededor de las 3 de la tarde al hospital. Murió cuatro horas más tarde a raíz de las horribles quemaduras que tenía en todo el cuerpo, pero alcanzó a decir quién era la persona que le había hecho semejante maldad".

El escritor relata que al ver ese horror "los vecinos dieron parte a la policía, que llegó hasta la casa y la llevó detenida a Miguelina para salvarle la vida, porque los vecinos querían lincharla ahí mismo. Es así que son dos los policías de ese momento -Díaz y Aráoz- los que custodian el destacamento, porque la gente a toda costa quería entrar y hacer justicia por mano propia. El velatorio de la nena se hizo en la esquina de Rivadavia y Necochea, donde hoy queda el jardin de infantes de la escuela de frontera Manuel Belgrano . Desde ahí la llevaron al cementerio San Antonio y estuvo acompañada por todo el pueblo".

Los testigos y los milagros

Jorge Acevedo agrega como datos del terrible episodio: "Un muchachito mosconense de apellido Barnera que en ese entonces estaba haciendo el reparto de chapas fue uno de los testigos del hecho, porque en ese mismo momento estaba sobre la calle Richieri. Don Enrique Yurovich (actualmente un octogenario que vivía sobre calle Necochea) estaba jugando en la vereda en tiempos en que todo -calles y veredas- eran de tierrra. Barnera entró hasta el patio de la casa de Miguelina y salió espantado gritando "hay un monstruo", porque vio a Julita calcinada en medio del patio, amarrada a una silla . A pesar de que tenía gran parte de su cuerpito quemado, Julita alcanzó a decir que era Miguelina quien le había hecho ese terrible daño, porque los médicos del hospital zonal donde la llevaron creían que ella se había accidentando estando sola. Miguelina fue llevada a Salta y nunca regresó".

El escritor recuerda que fue "la familia Méndez quien le hizo hacer ese panteón en el cementerio San Antonio, pero estuvo muy descuidado durante años; en estos últimos tiempos lo limpiaron y mejoraron. Pero hasta el momento no cuenta con una placa que diga que en ese lugar descansan los restos de Julia Tercero, la fecha de su trágica muerte ni una oración en su memoria. Después de conocer tantos detalles de la corta vida de esta nena y de su martirio, porque no solo fue su muerte horrenda sino todos los maltratos y las carencias que padeció antes, siento que tengo el deber de hacerle esa placa", expresa conmovido.

Meses después de su muerte, Tartagal y la zona padecían una tremenda sequía, por lo que alguien "le pidió a Julita Tercero que hiciera el milagro de hacer llover, lo que sucedió a las pocas horas. Ese es el primero que se le atribuye a la nena y después le siguieron muchos otros, al punto que hay placas que le dan gracias por curarlos. Son cientos los testimonios de quienes aseguran que Julita les hace un milagro". Acevedo cree que los milagros de Julia Tercero existen y que lejos de ser solo un mito son auténticamente reales y que ese lugar donde descansan sus restos resguardados por las imágenes de varios angelitos es un lugar sagrado.

 

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