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18 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Una transición política que debe acelerarse

Viernes, 21 de abril de 2023 02:38

Hace tiempo que el epicentro de la política argentina no es la concentración del poder que caracterizó a la era K (y que la expresidenta encarnó protagónicamente), sino más bien su descomposición. Ella, que pudo convertir a Alberto Fernández en candidato con un tweet, hoy ni consigue someter plenamente a su criatura ni mucho menos podría repetir aquella hazaña. Le está resultando difícil encontrar un candidato plausible para someterlo a la primaria que este parece decidido a forzar.

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Hace tiempo que el epicentro de la política argentina no es la concentración del poder que caracterizó a la era K (y que la expresidenta encarnó protagónicamente), sino más bien su descomposición. Ella, que pudo convertir a Alberto Fernández en candidato con un tweet, hoy ni consigue someter plenamente a su criatura ni mucho menos podría repetir aquella hazaña. Le está resultando difícil encontrar un candidato plausible para someterlo a la primaria que este parece decidido a forzar.

Por su parte, Mauricio Macri, que da un paso (atrás o al costado) como hizo ella en 2019, no está en condiciones de poner a dedo un sucesor ni siquiera en el distrito donde el PRO, que él formó, gobierna desde hace una década y media.

Los hechos son más importantes que el relato: Macri y Cristina Fernández de Kirchner, figuras principales de sus respectivas coaliciones, no competirán electoralmente este año. Ella, primero anunció que no participaría de ninguna lista y luego se declaró proscripta. "Se' gual", como decía Minguito Tinguitella.

El sistema político organizado en torno a las figuras de Macri y la señora de Kirchner se ha ido deconstruyendo en espejo.

El relato K ha hecho de Macri y de la amenaza de su retorno al gobierno un eje principal de su prédica y de su retórica electoral, junto a la presunta proscripción de la señora de Kirchner. El corrimiento de Macri lo privó de una carta importante (y la realidad, de la otra).

La evaporación electoral de ambas figuras centrales cambia el paisaje y avanza unos pasos en la reconfiguración del sistema político, un proceso que no concluye con los comicios de octubre/noviembre. El cuadro actual de fuerzas políticas y coaliciones que está a la vista debería ser considerado una imagen transitoria, apenas una instantánea en medio de la deconstrucción y recomposición de un sistema que está pinchado y que seguramente seguirá así hasta su extinción.

El país político no tiene, en rigor, demasiados pilares sanos sobre los que asentarse. Los partidos, que en la primera década democrática constituían un tejido social amplio y activo, y exhibían conducciones representativas y legítimas votadas en procesos internos de masiva participación, lo que les otorgaba autoridad a sus liderazgos, hoy se ven escuálidos y fragmentados. Las estructuras partidarias, edificadas para abarcar permanencias más largas y producir el clivaje entre identidades arraigadas y cambios de época, se ven contaminadas por la lógica de lo efímero, por el "tiempo real" de las tecnologías de la información, que promueve o entierra en el curso de horas o días, temas o perfiles personales, que diseña o pulveriza liderazgos.

Sin canales reales, la política, como arte de la construcción de afecto social y expresión simultánea de diversidades y de capacidad de conciliación, de conflicto y de convergencia, cede su paso a la antipolítica, a la desconfianza y la agresión o al sedicente neutralismo de la "gestión". Teme la discusión de valores y proyectos. Y pierde capacidad para actuar sobre las situaciones que determinan la felicidad o la insatisfacción de los argentinos.

De lo que se trata es de reformular un sistema de poder que ha llegado al límite y que fracasa en garantizar orden y gobernabilidad del país. La Argentina está hundiéndose paulatinamente, esclava de sucesivas o simultáneas miradas de corto plazo.

Esa reformulación requiere un sentido estratégico, un contenido específico y una misión definida. Demanda, ante todo, representatividad, competencia y acuerdo alrededor de una política de mediano y largo plazo orientada a afrontar y resolver el drama de la pobreza y la marginalidad social que afecta a millones de compatriotas y constituye el mayor desafío que tiene por delante la Argentina. De lo contrario, la pobreza seguirá creciendo.

Pasada la sequía, el país estaría en condiciones de recuperar velozmente sus niveles de producción y exportación agroalimentaria, mientras en paralelo, con el aporte de Vaca Muerta y los nuevos gasoductos se incrementa la capacidad de producción y exportación energética y se abren otros campos para atraer inversiones y fomentar crecimiento y empleo. A partir del año próximo (y en varios aspectos, ya en el segundo semestre de este año) el país estará en condiciones de recuperar terreno rápidamente e iniciar un ciclo de crecimiento que en poco tiempo podrá resolver un punto estratégico: el recurrente déficit de divisas, la famosa "restricción externa".

El punto clave reside en cómo evitar que esta nueva oportunidad histórica del país sea desaprovechada por el desorden de la política. El proceso de deconstrucción del sistema político que ha regido un extenso período de decadencia debe dar paso a una reconfiguración que garantice gobernabilidad y una amplia base de apoyo a un rumbo de crecimiento, integración nacional, federalismo, inserción internacional y reparación social.

El gobierno que surja de las elecciones de octubre//noviembre reflejará todavía el proceso de deconstrucción y búsqueda de reordenamiento: habrá un Congreso en el que ninguna fuerza individual tendrá autonomía de vuelo, lo que supone o una inmovilidad legislativa análoga a la de las últimas semanas o, por el contrario, la más sensata perspectiva de acuerdos prácticos.

Decía Antonio Gramsci que "la crisis consiste precisamente en el hecho de que durante el interregno en que lo viejo termina de morir y lo nuevo tarda en nacer: se verifican los fenómenos morbosos más variados".

Se trata de acelerar la transición hacia lo nuevo. Una comunidad puede atravesar momentos de crisis si siente que hay un rumbo, que hay unidad de sentido. De lo contrario, las esperanzas decaen, sobreviene la decepción, la centrifugación, el cuestionamiento a los otros (empezando por "la casta política"). En suma, el tobogán de la decadencia. El desorden que reina en el amplio espectro del peronismo (el autónomo, el no-kirchnerista y el "secuestrado" por el kirchnerismo), puede favorecer un diagnóstico terminal, pero no es aconsejable saltearse precipitadamente los detalles. El apartamiento de Macri es un primer paso del ordenamiento interno del PRO, pero el PRO necesita mantener viva y activa la coalición Juntos por el Cambio, donde tiene socios calificados. Son muchas las asignaturas pendientes.

Por su lado, el oficialismo tiene tantas materias por resolver que sería largo enumerarlas. Al menos una se dirimió en Washington, donde Massa consiguió que el FMI abra la bolsa y apruebe un desembolso de más de US$ 5.000 millones. Para Massa y el gobierno esos fondos son indispensables, porque se necesita seguir tapando agujeros, una tarea que algunos menosprecian, pero que es lo que permite mantener a flote la economía y vislumbrar la esperanza de llegar a los comicios sin los estallidos que otros auguran.

Con los dólares llegaron, claro, condicionalidades: habrá pataleos del ala más peleadora del oficialismo, pero los desafíos no pasarán de las palabras nadie tiene allí un programa alternativo al de Massa (que básicamente surge del acuerdo con el Fondo). Después del respiro obtenido en Washington, el ministro se prepara para otro capítulo: en mayo viajará a China. Massa, que quiso construir una avenida del medio en la política argentina, ahora camina por el filo de la grieta geopolítica.

En rigor, la Argentina deberá desempeñarse con ese paisaje mundial de fondo durante largo tiempo. Son tiempos de oportunidad y también de exigencia.

Los recursos a disposición y la composición de fuerzas de un nuevo sistema político compondrán una resultante capaz de integrar la apertura al mundo, consolidar un Estado fuerte e inteligente que no sea una carga sino un motor para el fortalecimiento de la producción nacional, una estrategia de integración nacional y de consolidación del federalismo que incluya una acción vigorosa para incorporar a los sectores más postergados y marginalizados: el conurbano bonaerense y los conurbanos interiores. La transición entre lo viejo y lo nuevo no se agota en la elección presidencial. Pero, más allá de ese hito, hay que acelerarla.

 

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